Uno entiende, en determinado momento, que vivir y morir van de la mano. Es inevitable, es parte del recorrido. Nadie quiere llegar hasta ahí pero no tenemos elección. Y se supone que mientras llegamos a ese final hay que intentar ser felices y hacer y deshacer lo que sea necesario porque no habrá otra oportunidad. Al menos, nadie puede asegurar que así sea.
Tal realidad puede llevar a muchos a las más ondas depresiones. La paradoja es que constantemente nos deprimimos por situaciones que ni nosotros mismo comprendemos. ¿Qué pasa entonces cuando el fallecimiento de alguien cercano o el inminente camino hacia la extinción llega a una persona que apreciamos? Lo que nos deprime parece entonces no tener mucho sentido.
De eso se trata “Yo, Earl y Raquel”, un drama que no se toma tan en serio el ambiente mortecino que envuelve a sus personajes y se aleja de la moralidad, pero vaya que ahonda en los estados de ánimo de una chica que sabe que probablemente no pueda despertar al día siguiente.
Filmes sobre el cáncer han habido varios, algunos de gran factura. Los que abordan esa enfermedad en jóvenes o niños han optado por el monumento lacrimógeno. Que no se mal entienda: hay que llorar lo necesario ante la pérdida y lo que ocurre mientras llega. Y entre esas pocas cintas que deciden no ser un himno sentimentalista se inserta “Yo, Earl y Raquel”.
Y es así porque la chica que va a morir –ahora hay menos spoiler que nunca, no empiecen- es el pretexto para adentrarnos en la existencia de un joven artista que no puede entender el dolor del ocaso si con mucho trabajo puede comprenderse a sí mismo.
El título es claro: un chico conoce a una chica que padece cáncer y va a morir. Es la clásica historia que no nos sorprenderá hacia el final. Es más, hasta el triángulo amoroso está anunciado –aunque no opere como tal-. Lo que nos deja con un buen sabor de boca es el recorrido. Estamos ante un trabajo con una narración valiosa, juguetona, aventada, pero con un tránsito convencional. Y aunque no es su intención, la cubeta de lágrimas está garantizada.
“Yo, Earl y Raquel” no se ahoga en sentimentalismos, es más, no te manipula en las primeras dos partes de la película. Al contrario, es brutalmente honesta, con desparpajo, el filme es como un adolecente en su intento por volverse adulto y en el camino va a herir a otras personas y decepcionarlas. La película hace precisamente eso: no es condescendiente, se aferra a sus formas, parece decirnos, si no te simpatiza lo que ves me vale, es lo que hay.
Es una historia agridulce, quienes hemos perdido a amigos jóvenes o que no pasan de los 30 años salimos dolidos de la sala porque sabemos que la vida no es justa pero no por ello quedamos satisfechos con las situaciones que suceden. Luego entonces, ese tortuoso momento es el que llevará al personaje principal a encausar su depresión para hacer eso que hace con tanta facilidad.
Pese a todo, la trama de la chica moribunda es mucho más alegre de lo que aparenta, pero sobre todo, mucho más profunda de lo que se ve. Aquí hay que ser muy sensibles y dejar que la narrativa visual nos muestre hacia dónde quiso ir el director Alfonso Gómez Rejón, un experto en jugar con nuestros sentimientos. Lo sabrán quienes son fans de series de tv como Glee y American Horror Story, en donde ha dirigido varios capítulos.
Los cinéfilos de corazón, de esos que ven una referencia y sonríen, no se la pueden perder. Es un glorioso homenaje al séptimo arte. Más de 50 títulos de todos los tiempos se encuentran dispersos a los largo de la cinta, algunos mucho más claros que otros. Es como una especie de trivia. Y como tal, no gana el que más aciertos tiene, sino quien acumula más alegrías para sí cuando le recuerdan esas películas que nos hicieron sentir algo.
El final duele, como todo lo que acaba, pero en la culminación de una vida se entremezcla la realización de un tipo extremadamente exigente consigo mismo, que concibe el cine como un acto de amor y no como una forma de hacer dinero o una pose.
“Yo, Earl y Raquel” no se sale del formato indie pero no por eso exhibe petulancia o es un compendio de imágenes que sólo su autor entiende, por el contrario, es una historia sobre las contradicciones que implica ser adolescente, ese difícil momento en el que tienes que crecer y convertirte en alguien o en algo. Y en el inter hay personas que se van. Algunas, simplemente no volverán a darte la mano. Lo más duro es cuando la muerte decide que no sea así.
Para todos aquellos que aún no superan la “adolescencia” y siguen sin asumir las responsabilidades que conlleva la adultez, el filme no les dirá cómo hacerlo. Pero, ¿de verdad quieren seguir perdiendo el tiempo?
Me, Earl and the dying girl (2015)
Director: Alfonso Gómez-Rejón.
Guión: Jesee Anrews.
Protagonistas: Thomas Mann, Olivia Cooke, RJ Cyler, Katherine Hughes.
Fotografía: Chung-hoon Chung.
Edición: David Tratchtenberg.
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