Tres anuncios por un crimen: ¿y qué hacemos con toda esta culpa?

 

La ira engendra más ira. Es una máxima que rige nuestra existencia desde que tenemos conciencia como humanidad, por lo que reglas antiguas como el “ojo por ojo, diente por diente” no tienen sentido en una sociedad moderna. A veces. Porque hay ocasiones donde el dolor y la frustración son tan grandes que lo que el alma pide es destruir porque fuimos vapuleados. “Tres anuncios por un crimen” aborda estos sentimientos de desolación que nos maniatan cuando no encontramos respuesta por ninguna parte.

Después de varios meses del brutal asesinato de su hija adolescente, Mildred Hayes decide increpar a las autoridades que no han logrado resolver el crimen, aunque medio pueblo se le vaya encima por cuestionar a un agente que cuenta con una sentencia de muerte a causa de un cáncer de páncreas.

Y a diferencia de películas que van de un género a otro dando tumbos sin lograr definir un tono, Martin McDonagh logra una dirección fluida que nos ofrece mucho humor negro y sarcasmo como cura para el dolor. La vida del personaje de Frances McDormand (impresionante) y su contrapeso, el agente Dixon (tristemente divertido Sam Rockwell), son tan duras y lastimeras que no se concibe más que un choque de fuerzas que habrá de envolverse con sangre en algún momento. Pero no es así.

La trama es extremadamente triste y precisamente por eso es tan divertida. Porque para reírnos hay que tomar todo ese dolor y convertirlo en otra cosa. Porque no hay nada más cierto que el adagio de “el llanto de hoy es la sonrisa de mañana”. McDonagh y su equipo diseñan una historia que va con “alegría” repasando melancolías, señalando errores, metiendo el dedo en la llaga.

Mejor aún, no hay villanos. Al menos, no los conocemos, sabemos que son unos parásitos que hicieron daño a una joven, rebelde como todos en su momento, pero lo que aparece aquí son personajes tocados por sus circunstancias, con personalidades conflictivas moldeadas a partir de sus miedos y cárceles personales, con madres sobreprotectoras e intransigentes, y parejas abusivas y poco tolerantes.

Y en medio de estos dos torbellinos aparece un tierno líder policial, disminuido por la falta de tiempo, amado por sus cercanos pero cuestionado por su falta de acción. Woody Harrelson no brilla porque cede espacio a McDormand y Rockwell, para que se construyan como los opuestos que deben llegar a ser ante la falta de un responsable verdadero. Es un filme sobre venganzas donde lo que importa es el daño, no quién pague los platos rotos.

Un policía racista que decide hacer justicia según su lógica y una mujer que busca responsables, de cualquier tipo, para ajustar cuentas. Y pese a todo no es una cinta deprimente. Por el contrario, está llena de vida, de esperanza. Es el discurso perfecto para una sociedad que busca quién se la pague, no quién se la hizo. Y con todo y ese modo aleccionador, no se siente forzada ni fuera de lugar. Es una delicia.

Hasta el slapstick más burdo se encuentra presente aquí para aligerar el enorme dolor de una madre convertida en un mounstro. Pletórica de culpas, deseosa de destruir sin importar quién o qué sea. Por eso McDormand brilla con tanta fuerza, porque todo ese rencor, la lucha interna, se siente en su mandíbula endurecida, en los ojos tristes de quién no sabe porqué pasan esas cosas.

Todavía mejor: nunca vemos venir los giros de tuerca. Sí, los protagonistas reflexionan y entienden que deben cambiar, pero no adivinamos sus acciones, aunque el director nos invita a todo momento a ser parte de ellas. El cineasta británico hace un estudio ocioso de sus personajes con mucha grosería, no por ornato, sino porque son así. Y si ellos se aceptarán como tales en algún momento, nosotros tenemos que hacer lo propio para entrar en este círculo virtuoso que propone McDonagh: respetar al otro como es, con sus evidentes diferencias y sus propias culpas.

Se trata pues de un trabajo donde lo importante es el cambio de mentalildad que sufre este grupo. Y lo padece porque no es cómodo, mucho menos algo que tengan como propósito. Simplemente, la vida los obliga a entender que más fuego sólo avivará las brasas, pero nunca apagará el incendio.

“Tres anuncios por un crimen” es una salvaje historia rural que asemeja a un western. Así como el Estados Unidos de ahora, una tierra de nadie, donde se impone la ley de la fuerza. O México. O el mundo. Estamos tan ansiosos de cobrar nuestras frustraciones al mejor postor. Aunque sabemos, en el fondo, que no es lo correcto.

 

Three billboards outside Ebbing, Missouri (2017)
Dirección y guión: Martin McDonagh.
Reparto: Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell, Caleb Landry Jones, Abbie Cornish.
Fotografía: Ben Davis.
Edición: John Gregory.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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