Volví a ver “Veneno para las hadas“ (1984) después de mucho tiempo. La vi cuando era pequeña, no la entendí muy bien y me aburrió porque realmente esperaba ver hadas y figurillas mágicas.
Esta película de Carlos Enrique Taboda, considerada una de más representativas del cine mexicano de terror, me deja una sentimiento angustiante. A pesar de ser una de mis películas consentidas para verla tengo que tener cierto ánimo porque creo que pocos seres humanos estamos preparados para enfrentarnos a la maldad pura.
Porque así es, señoras, señores, señoritos y señoritas, “Veneno para las hadas” es una representación visual de crueldad. Flavia y Verónica son dos pequeñas bonitas, estudiantes de escuela de prestigio pero con historias familiares muy diferentes.
La primera es una niña que podría decirse que tiene todo, padres amorosos y posición económica holgada, y la segunda vive sola con una abuela enferma que se oculta del mundo por su decrépito aspecto, dejando el cuidado de Verónica a una nana que alimenta su imaginación con historia de brujas y espectros. En realidad, Verónica-interpretada por Ana Patricia Rojo- está muy sola porque los mayores a su alrededor se limitan a bañarla y alimentarla y hasta ahí, no la tratan mal pero digamos que no recibe muchas muestras de amor al contrario que Flavia.
En su mundo infantil, intentando escapar de su realidad solitaria, Verónica empieza a creer que es una bruja y eso le dice a todo quien desea escucharla. Empieza a cuestionarle a su nana cómo se hace un pacto con el diablo y manifiesta abiertamente que desea ser la bruja más malvada.
Para su mala fortuna esta pequeña psicópata en ciernes se topa con Flavia, claramente influenciable y temerosa porque siempre ha vivido en el mundo protector de sus padres. Hay que destacar que a los adultos jamás se le ven los rostros, dando a entender que toda la historia se desarrolla en un mundo infantil.
Verónica, envidiosa de todo lo que tiene su “amiga”, empieza a manipularla con sus supuestos poderes para conseguir bienes materiales, como una carísima pluma y su completa sumisión. La terrible casualidad del fallecimiento de la odiada maestra de piano de Flavia, supuestamente a causa de un conjuro de Verónica, marcó la dominación total de Verónica. El miedo y arrepentimiento de Flavia la condenó.
Verónica sabe que tiene que elaborar un veneno para las hadas y destruirlas ya que son las enemigas naturales de las brujas. Un viaje de diversión al rancho de Flavia- a la que chantajea para que la invite- es el lugar ideal para crear la pócima.
Sin embargo, no toda sale tan bien y a pesar de las amenazas de su amiga, Flavia tiene que confesar sus planes de la poción. Temerosa y asustada, nuevamente es chantajeada y le dicen que si no le regala a su adorado perrito, harán que fuerzas malignas la visiten.