Esos discos estadounidense del 2025 que debes escuchar
Turnstile – Never Enough
El brillo pop y la agresividad punk se dan sus respectivos espacios y tiempos para resignificar (o devolverle el sentido) la ansiedad, como esa espera que ocasiona más emociones positivas que cargas nocivas.
Y lo mejor es que no se limitan para cantarnos que no quieren barreras creativas, que igual pueden usar unos teclados dulces para comenzar un discurso y después convertirse en una máquina de gritos para expresar urgencia.
Son climas por los que vamos caminando junto a ellos y cada uno requiere la decisión necesaria para abrazar las distintas emociones que nos provocan, convirtiéndose en un disco que refleja las distintas sensaciones de una juventud con un futuro incierto, aunque los adultos “experimentados” digan lo contrario.
Es un trabajo que dice más por lo que va construyendo con cada pieza que por cómo suena.
Billy Woods – Golliwog
¿Cómo se siente el miedo? El rapero de Brooklyn no lo descubre pero sí lo canta y ambienta con mucha pertinencia y le da harto sentido en tiempos en los que el racismo parece haber revivido con mayor fuerza.
Desde Gaza hasta los terrores de aquellos trabajadores que se saben desechables, el recuento fusiona jazz con ambient y supone un viaje demasiado oscuro por la deshumanización actual.
Hasta sus sintetizadores son tétricos en este viaje temporal por sus recuerdos de infancia y juventud más aterrados y enriquece la narrativa comparando esos demonios con los horrores actuales en un trabajo conceptual muy bien elaborado.
Geese – Getting Killed
La mezcla de post punk y funky, la banda aproxima su carga de rock pesado a las melodías propias del jazz para permitirse explotar constantemente y liberar toda su tensión acumulada con ganchos muy pegajosos.
Crudos y feroces, parece que no están dispuestos a dejar que su ira se extinga y por eso se atreven a exaltar los absurdos de la vida moderna, elevándolos al estatus de tontería.
Que de pronto recurran a las estructuras del rock clásico no representan más que un descanso para la ironía que construyen con tremenda irreverencia, como tocando base para dejar de manifiesto de donde parten y adónde están dispuestos a llegar.
Dijon – Baby
Un bebé llegó a cambiarlo todo y el cantautor y productor decidió cantarle a la paternidad desde todos los ángulos posibles, con tremendo sentimentalismo y con letras que suenan a romance de pareja (a ratos), pero que en realidad son un canto a diferentes tipos de amor.
Su paseo de un sonido a otros simula los diferentes ánimos que le invaden tras asumir su nueva faceta como progenitor o acaso el deambular por las distintas caras de la paternidad, muy bien construidas con toques funk y mezcla de electrónica.
Y está ese tránsito errático, cambiante, el caos en medio de una dinámica familiar que se ha alterado, con saltos temporales alocados y a ratos cantos que no se comprenden del todo, como el retrato de una grandísima confusión. Es una mezcla brutal de R&B con pop que no determina líneas divisorias, construyendo una pintura de cómo pasamos de la alegría a la desolación en segundos.
Bon Iver – Sable, Fable
Como si se desfragmentara con la música que presenta, mucho más grande en matices e instrumentalización, Justin Vernon tiene claras inclinaciones pop que no estorban a sus ganas de ser mucho más colorido y amplio en sus formas de expresarse.
Sus historias de amor son un tanto más eufóricas, con más emoción y con un cambio en su tonalidad que resulta aún más atractivo que el falsete que ya le conocíamos.
Podríamos decir que estamos ante la faceta más atrevida del de Wisconsin, aún con esos ánimos de purgar lo que le duele, pero de un modo distinto, no mejor, simplemente diferente, permitiendo que sus sentimientos tengan mucho más color que los grises que solía presentarnos.
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