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Warcraft: Cuando el videojuego no es como lo pintan

 

Hay que diferenciar “Warcraft” de su versión fílmica del fenómeno que ha sido como videojuego y el éxito mundial que le ha llevado años crear. No en balde la devoción de los fanáticos ha hecho albergar esperanzas de que un juego de video por fin pueda tener una adaptación decorosa en el cine. Pero seguimos esperando.

maxresdefaultY es que visualmente “Warcraft: El primer encuentro de dos mundos” es un espectáculo. La introducción es alentadora en extremo porque parece que por fin podremos ver al lenguaje de los videojuegos alimentar al mundo del cine. Pero es sólo una pequeña probada, insignificante. Si fuera un plato de comida no alcanzaría ni para la satisfacción de una muela.

Quizá los fanáticos de la saga no estén de acuerdo con el comentario, pero tendrán que reconocer que la historia que se desarrolla en los videojuegos es mucho más rica que el desfile de arquetipos que vemos en esta cinta.

Duncan Jones heredó la imaginación de su padre –David Bowie– no así la maestría para plasmarla, porque vemos un universo con muchos detalles y asombroso que no busca la novedad, sino tomar ideas prestadas y con ello conforma una cinta plagada de momentos y personajes ya vistos en otras películas modernas de capa y espada.

Más allá de las comparaciones siempre odiosas con otros filmes del género con mejor factura, lo que salta a todas luces en “Warcraft” es la falta de desarrollo de los personajes, que si bien dejan claras sus intenciones, tienen diálogos y enfrentan situaciones tan atropelladas que sin tener una imaginación bárbara ya se sabe hacia dónde va.

Warcraft-movie-1Lo bueno es que Jones y el equipo de guionistas no escatimaron en crueldades y realidades, por lo que no cedió a la tentación de suavizar el discurso de la historia y muy a la usanza de series de televisión actuales decide deshacerse de personajes sin importar linajes, trascendencia o presencia. Pero, dramáticamente es poco lo que aporta ante la clara propuesta de hacer de este filme el comienzo de una saga, al igual que en el mundo de los videojuegos.

En cuestión cinematográfica no se exige que las cintas que tienen el noble propósito de entretener solamente emulen una pieza teatral de Ibsen o Chejov, pero sí que al menos presenten protagonistas o situaciones que busquen alimentar algo más que los ojos.

Y es que Jones sabe contar historias y exponer con tino la psique de sus protagonistas. Igual la necesidad de contar dos tramas paralelas que en algún momento convergen le llevó a presentar un argumento que se apresura en todo momento y donde las soluciones son tan rápidas como ir a comprar una golosina a la tienda de la esquina.

Los orcos llegan a buscar un nuevo sitio para vivir luego de que una extraña magia ha destruido su planeta y los humanos nos están dispuestos a dejar que los despojen de sus tierras por unos gigantes musculosos que aparentemente sólo saben usar la fuerza bruta. Ese abuso de la testosterona, las ganas de destruir más que de construir, también aparecen en la dirección de Jones, un fan declarado que acercó su propuesta más al trabajo genérico que al rico universo del que hablan los devotos de “Warcraft”.

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Es la película de aventuras de siempre, con los guerreros y los hechiceros y creaturas mágicas y villanos desalmados. Lamentablemente es también el tratamiento flojo eterno que, al menos en la cuestión cinematográfica, trata de ocultar su vacuidad con colores contrastantes, muchas escenas muy bien hechas de duelos y la pizca de heroicidad y sacrificio que algunas se permiten. Como comienzo de la ya anunciada saga fílmica que se pretende es uno bastante triste.

Warcraft (2016)

Dirección: Duncan Jones.
Guión: Duncan Jones, Charles Leavitt.
Protagonistas: Travis Fimmel, Paula Patton, Ben Foster, Dominic Cooper, Toby Kebbell.
Edición: Paul Hirsch.
Fotografía: Simon Duggan.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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