Una mujer fantástica: una cruzada por la identidad y la dignidad

 

La lucha por los derechos de la comunidad LGBTTTIQ en todo el mundo suelen venderse en el cine como confrontaciones cargadas de drama en los que inevitablemente se hace presente la tragedia. Pero Sebastián Lelio dijo “no”. Por lo que “Una mujer fantástica” es más un filme de la batalla interna, del pleito de una mujer transexual consigo misma, en una carrera por defender su identidad cuando es discriminada.

Marina (Daniela Vega) trabaja como mesera en lo que despunta su carrera como cantante. Ella y Orlando (Francisco Reyes), su pareja veinte años mayor, planean un futuro juntos, mismo que se ve truncado cuando el hombre muere repentinamente y debe enfrentar maltratos e insultos por parte de la familia de éste.

Al parecer, lo que Leilo le va es el retrato de la mujer “sola”. Lo hizo en su anterior trabajo, “Gloria“, y vuelve recargado para señalar a la sociedad costumbrista que gusta de encasillar y decidir por los demás. Pero en su elección, el cineasta chileno prefiere darle fuerza al mensaje por encima de la forma. Metafóricamente es hermoso, porque cinta y protagonista se fusionan para hacernos ver que lo que importa es la persona, no qué escribe en el apartado de “género” de cualquier documento. Pero narrativamente no funciona igual.

Y es así porque el director va tratando los opuestos con mucha soltura pero poca convicción. Por eso pasamos de la música disco a la clásica, del melodrama a los momentos de suspenso. Tanto Marina como la película dicen conocerse pero no es hasta que ocurre el conflicto que deben de tomar las riendas de su personalidad y defender su identidad. Ahí el filme cambia.

El chileno no necesitó decir mucho en los diálogos. Apoyado en Vega, Marina se convierte en un mar de confusiones luego de enfrentarse a una sociedad que ni siquiera la ve como algo que les ocasiones problemas, sino como una cosa.

“No sé qué eres”, dice en algún momento el hijo del hombre fallecido en una clara referencia a la “cosificación” que acostumbramos en las sociedades latinoamericanas, donde desdeñamos lo que no entendemos y hasta evitamos ponerle un nombre. Pero Marina no necesita ese encasillamiento, simplemente quiere exponerse como mujer, como la persona que Orlando amó.

Desprovista de ese rincón donde era aceptada, consentida y adorada, la protagonista tendrá que afirmarse ante ella misma conductual y sexualmente. Pero para llegar ahí tendrá “el viento” en contra. Tendrá que refugiarse en sus sueños de estrellato y en la presencia perenne de Orlando hasta que ella pueda decirle adiós.

La cámara, así como los perjuicios de quienes le señalan, no dejan en paz a Marina. La persigue en el auto, en la casa, hasta en el baño. Leilo no se aparta del rostro de Vega porque necesita recordarnos constantemente esa incertidumbre y la aflicción de saber que en cualquier momento, un idiota cualquiera, podría atentar contra su vida porque no entienden de respetos.

Mismo tema con la iluminación. Marina se desenvuelve con mayor cadencia cuando es de noche, en los escenarios oscuros. La luz de día parece incomodarle, camina molesta por las calles de un Santiago indiferente, donde no hay espacio para polémicas porque todo luce pulcro aunque bañado constantemente de grises.

El director atormenta técnicamente a “su chica”, la amenaza con ese tema musical misterioso que incluso llega a cansar. Se trata entonces de Marina en plena cruzada contra sí misma, ante el conocimiento de que será violentada constantemente por una mayoría cegada por los esterotipos.

Es una cinta de visionado obligado para quienes todavía tienen problemas con temas de diversidad y un valiente trabajo que evita aprovecharse de la tragedia. Es un cuento de amor hacia uno mismo. O una, dependiendo del caso.

 

Una mujer fantástica (2017)
Dirección: Sebastián Lelio.
Guión: Gonzalo Maza, Sebastián Lelio.
Reparto: Daniela Vega, Francisco Reyes, Aline Küppenheim, Nicolás Saavedra.
Fotografía: Benjamín Echazarreta.
Edición: Soledad Salfate.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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