Un dios salvaje

Un dios salvaje: austera carnicería

Miguel Septién logra una versión minimalista pero explosiva del ya clásico “Un dios salvaje” ( Le Dieu du Carnage ) de la francesa Yasmina Reza.

Pablo Perroni, Fernanda Borches, Tato Alexander y Chumel Torres logran un ensamble poderoso al dar vida a dos parejas se reúnen para resolver un conflicto entre sus hijos.

Conforme avanzan los minutos, las diferencias se hacen más notorias y entre reclamos y puntos de vista se desata una carnicería que sirve como espejo de la sociedad que conformamos y el modo en que nuestro lado más salvaje a veces prevalece sobre la civilidad.

Aunque con tono de comedia negra, el texto siempre ha sido adaptado y aplaudido en todo el mundo debido a la complejidad de la subtrama y esta nueva versión no desentona.

Perroni encabeza al reparto en este modo tan feroz de presentarnos al personaje más compenetrado con su lado primitivo, y sus fortaleza sirve como detonante para que sus compañeros de tablas hagan un ejercicio brutal de cambios energéticos que nos hacen reflexionar aun cuando soltemos una que otra carcajada.

Es una adaptación breve pero que una vez que arranca con los conflictos no te deja pararte del asiento. Septién valida esta mano que tiene para crear nudos sin desatar, dejando que el espectador se sienta tan aturdido como los propios personajes.

Pablo Perroni, Sergio Mingramm, Alejandro Bracho, Ana Kupfer y Alberto Alba producen este trabajo que se presenta los miércoles en el Teatro Milán por una corta temporada.

En palabras de Perroni, están en planes para intentar hacer una gira por el país con este trabajo.

Es un trabajo que nos confronta con esas personas que somos en realidad cuando dejamos las máscaras de lado.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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