La tortuga roja: el hombre y la aplastante naturaleza

 

Hay producciones que buscan incesantes hacer entender al espectador que el cine siempre es mejor dentro de una sala. “La tortuga roja” es elocuente y paradójicamente está desprovista de diálogos, pero su mensaje es tan aplastante como la propia naturaleza.

Un naufragó habrá de intentar salir de una isla desierta pero una enorme tortuga roja se lo impedirá a cada intento, hasta que finalmente tenga que enfrentarse a golpes con el destino y entender su lugar dentro del ciclo de la vida.

“La tortuga roja” es una enorme metáfora: en ningún momento entendemos si estamos dentro de un sueño y la separación con la realidad no existe. Es, fiel a las producciones de estudio Ghibli, un mundo lleno de fantasías y magia en donde los seres humanos son turistas inmersos en universos extraordinarios.

El debutante Michael Dubok de Wit tiene el ojo preciso para “dibujar” a la naturaleza tal cual es: apabullante y magnifica. Sus personajes y todo aquel ser viviente involucrado en “La tortuga roja” es pequeño es comparación con el enorme cuadro en el que se presenta.

El cineasta se hace de recursos bastante académicos para su discurso, pero apegado a la idea de que el cine es ante todo imagen y ahí es donde con trazo fino va desarollando una historia de encuentro entre el hombre y la naturaleza, un mensaje de amor luego del desencuentro, un idilio que alcanza niveles poéticos a momentos en la conjunción de coloraturas y sonidos, principalmente del mar.

De hecho, los protagonistas no trasmiten mucho con sus rostros, sus expresiones adustas no dan para eso, el mensaje se va tejiendo con su interacción con la inmensidad, comparada y contrastada con la soledad de un hombre que no sabe qué hacer consigo mismo.

¿Quién es “La tortuga roja”? ¿Un fantasma, la naturaleza misma, un espíritu ecológico? Es precisamente lo que muchos llaman el punto en donde dejamos de ser espectadores para involucrarnos en la obra: es la parte del círculo que habremos de completar para que el producto tenga sentido. No se trata de un enigma a descifrar, sino de una invitación a la reflexión y la coparticipación.

Ante todo esto, podíamos señalar que “La tortuga roja” tiene el mensaje ecologista más poderoso que hemos visto en años en el cine y se vale del mismo modo que lo hace la naturaleza: con un diálogo silente.

El trabajo de De Wit propone un filosófico viaje por estas islas en las que nos hemos convertido, dejando de lado que vivimos en un sitio que respira y se nutre de nuestras acciones, pero que también nos pasa factura cuando no colaboramos con su protección. Al final somos huéspedes, invitados a coexistir con otras especies en este espacio llamado mundo y para este gran globo cada uno tiene una función que habrá de cumplir a cabalidad o, de lo contrario, el balance se rompe y las consecuencias toman tintes de catástrofe.

El holandés comulgó perfectamente con el espíritu del estudio Ghibli, de ahí que Europa y Asia se hayan fusionado para ofrecer una aventura épica en donde el protagonista encara la mayor parte de las fases de la vida hasta que su ciclo sea volver a encontrarse orgánicamente con la naturaleza. Es una belleza.

 

La tortue rouge (2016)

Dirección: Michael Dubok de Wit.
Guión: Pascale Ferran, Michael Dubok de Wit.
Edición: Céline Kélépikis.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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