Imagen: elantepenultimomohicano.com

El principito: crecer no es el problema, olvidar lo es

 

El principito” es una de las novelas cortas que ha formado parte de la niñez de millones en el mundo. Su trascendencia es innegable y su poderío como narración infantil a prueba de todo. Sí, las metáforas e imágenes contenidas hacen pensar que nunca fue un libro para niños. Pero, esa aparente naturaleza es precisamente la que le convierte en una historia encantadora: claro que es para pequeños, aunque ya se hayan transformado en adultos.

Mark Osborne pudo haber hecho la clásica adaptación y contar la novela de principio a fin o variarle algunas cosas. En cambio, presenta un bello homenaje a la novela que ha tocado nuestra niñez de un modo muy particular. Y es que cuando niños, “El principito” tuvo un significado muy peculiar para cada uno de nosotros. Eso es seguro. Pero, como adultos, a lo mejor dejó de ser “la historia” para convertirse en un buen recuerdo.

Por eso Osborne y su equipo se permiten hacer diferencias y vemos a una niña entablar amistad con un viejo medio loco que tuvo la suerte y el tino de no dejar morir a su niño interno, de vivir conforme a sus reglas y conservar la capacidad de asombro, el experimentar, dejarse llevar, buscar siempre ir más arriba, alcanzar las estrellas y nuevos mundos, diría el anciano. Y para marcar más la realidad de lo imaginario establece un universo parco en CGI y otro en stop motion hecho de papel y con mucho más color.

El mensaje es bastante claro y mucho más aterrizado si lo comparamos con las metáforas que forman parte de “El principito” en su versión escrita: al crecer uno tiene que asumir responsabilidades, volverse serio, ganarse la vida, tener orden, disciplina, para poder ser exitosos y garantizar un buen futuro. Todo eso está muy bien, pero no podemos permitirnos ser robots ni máquinas que se apeguen a un guión rígido pensando que la vida nos dará la centena de años para ver si en algún momento tenemos oportunidad de divertirnos, de “salir a jugar”.

Pero Osborne profundiza aún más. “El principito” tiene episodios muy marcados en donde las comparaciones son obvias, pero lindas, y el director sacrifica estos fragmentos y el desarrollo de los personajes novelados para hacer más clara su relación con los protagonistas: vemos mucho más del viejo aviador y la pequeña cuyo plan de vida trazado por su madre le ha vuelto una especie de adulto prematuro. Y no importa, porque la idea es revivir lo que recordamos de la historia, es un llamado al niño interno, está ahí, adentro, la intención de la cinta es hacer que despierte, que se manifieste y nos diga: hola, sigo aquí.

Está claro que hay cierta discrepancia entre los elementos que componen la historia del clásico literario y este universo en donde los personajes tratan de encontrar lo que es verdaderamente importante, o mejor dicho, “lo invisible para los ojos”. A todas luces, lo narrado por Antoine de Saint-Exupéry es más rico en calidad y de ahí su estatus de joya universal, pero lo de Osborne para nada es despreciable. Sí, predecible, pero no importa, porque no intenta ser superior, sino darle sentido a la anécdota dentro de la anécdota.

“El principito” es un llamado a conservar, en sentimiento, lo que nutre al alma. El adulto, como muchos de los representados en la cinta, se encarga de poseer, de adueñarse de las cosas, de “comprar” conciencias, voluntades, personas, y alcanzar un nivel de reconocimiento que satisfaga su ego. En tanto, el niño -y por consiguiente el anciano piloto aviador- entiende que a veces las cosas, la gente, las situaciones, se tienen que ir, deben terminar, pero lo que uno logra conservar es lo que da verdadero significado a la experiencia. Es la niñez misma que sabe que ha de extinguirse, pero permanece en escencia con nosotros si así lo permitimos.

Es una de las adaptaciones cinematográficas más afortunadas de “El principito” y lo que sale sobrando viene hacia el final de la cinta, con momentos conmovedores gratuitos; no hacían falta, la lágrima ya había salido desde antes porque nos remueven los recuerdos.

Muchos insisten en que no es una historia para niños y quizás tengan parte de razón. Habría que apuntar que “no es para todos los niños”. Sí, filosóficamente la novela está llena de momentos complejos y probablemente para los pequeños sólo signifique un cuento más. La diferencia es al crecer. Cuando la vida, las experiencias y lo aprendido te llevan a comprender de qué se trata el libro. Cuando como adulto descubres si tu niño interno sigue ahí o lo dejaste morir. Es correcto, no es para niños. Algunos crecieron y se olvidaron que uno tiene el privilegio de poder elegir seguir siendo pequeño -que no infantil-, otros, todavía se maravillan con las cosas bellas alrededor en esa aventura que significa vivir.

Le petite prince (2015)

Director: Mark Osborne.
Guión: Irena Brignull, Bob Persichetti
Voces en su idioma original: André Dussolier, Florence Foresti, Vincent Cassel, Marion Cotillard.
Edición: Carole Kravetz Aykanian, Matt Landon.
Fotografía: Kris Kapp.

Texto publicado en Azteca Noticias.

 

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

Twitter 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Categorías