El pájaro loco: la película: una revoltosa aventura escatológica

 

“Es muy cochino pero divertido”. Ese fue el comentario de un niño a su hermano mayor cuando salieron de la sala de cine tras ver “El pájaro loco“, otro de esos intentos por revivir los recuerdos de aquellos que crecieron consumiendo las historietas y los dibujos animados de “Loquillo“.

El hiperactivo pájaro de cabeza roja vuelve en formato de película “live action”, así como anteriormente regresaron “Alvin y las ardillas“, “Garfield” y otros tantos personajes que se hicieron populares en papel en las llamadas tiras cómicas de los periódicos y que después vivieron momentos gloriosos en la televisión. Y el resultado es el mismo.

Quizá sea por el esfuerzo de llegar a todos los públicos o por las ansias de enviar un mensaje evidente a los más pequeños de la casa, pero “El pájaro loco” se queda corto en el formato largo, dejando detrás la hilaridad que le conocimos en sus episodios breves.

Lance Walters (Timothy Omundson) es despedido y para hacer algo con su vida se muda a un bosque con su prometida Vanessa (Thalia Ayala) y su hijo (Graham Verchere). Y en su afán de hacer negocios, decidirá construir una mega vivienda en el hábitat de Woody, quien defenderá su casa con todas las herramientas posibles.

El popular pájaro sigue con su actitud desgarbada de siempre, el “live action” no ha modificado sus sentimientos ni su actuar, pero la historia que sirve de pretexto para involucrarlo con humanos es exageradamente básica y predecible en todos los sentidos.

Está claro que el público meta es el infantil, pero hemos visto desde hace varios años historias para toda la familia que suelen construirse bajo guiones inteligentes e incluyentes. “El pájaro loco” busca la sonrisa fácil de los más pequeños y al final, las comparsas -los humanos- no importan: la estrella tiene que lucirse y por tanto, todo debe girar en torno a él.

Alex Zamm, el director -responsable de “Inspector Gadget 2“-, es un viejo conocido de las películas que van directo a home video, es decir, sabe perfectamente cómo hacer productos para que las familias pasen un tiempo juntos frente al televisor en una tarde sin nada qué hacer. Y ese mismo espíritu impregna a “Woody Woodpecker”, porque la anécdota en ningún momento es superior a los destornillados capítulos que le conocimos en retransmisiones de los clásicos de los 50.

Claro, tratándose de una invasión a su hábitat, el mensaje ecológico no se hace esperar, y tampoco la escatología. Si algo tenía el “Loquillo” de antes era la irreverencia y el descaro para tratar los temas que se le pegaran en gana, situación que se suavizó al llegar a la televisión y que se aligera aún más ahora en la pantalla grande. Por tanto, de todo ese ímpetu nos queda un ave desequilibrada y caprichosa que hace de su cuerpo su mejor arma.

Toda aquella incorrección con la que nació el personaje de  Walter Lantz ha desaparecido en la película “live action”, para el bien de las masas y la venta de entradas. Se han sentado las bases para explorar más aventuras de este personaje. Muy probablemente lo veamos en algo tipo “El pájaro loco en Nueva York” o “Loquillo va a Las Vegas” o una cosa así. Lo bueno: igual para la siguiente veamos a sus eternas comparsas: Andy Panda, Pablo Morsa o Chilly Willy.

Quizá volver al formato completamente animado no sería mala idea si eso representa una vuelta a los orígenes, lo que se antoja difícil, pero, nunca se sabe. En tanto, el carpintero se presenta en su modo más básico y light para conquistar a los más pequeños.

 

Woody Woodpecker (2017)
Dirección: Alex Zamm.
Guión: William Robertson, Alex Zamm.
Reparto: Timothy Omundson, Thalia Ayala, Eric Bauza, Graham Verchere, Jordana Largy.
Fotografía: Barry Donlevy.
Edición: Heath Ryan.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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