Imagen: Sitio oficial Conjuro 2

El conjuro 2: Así es como el truco nuevo se torna viejo

 

El conjuro” brindó buenos sustos pero sobre todo una factura a la antigua que evitó que se convirtiera en la misma película de terror de siempre. La secuela es casi una copia al carbón de su antecesora. Claro, deja de lado los modos habituales y crea momentos tensos, pero se repite, y cuando eso ocurre la novedad pasa y el “chiste” cansa.

_6896d986_6e38_6c8f_728d_8930852c6aac-624x468Con una primera media hora que sobresale por la habilidad de James Wan para crear situaciones realmente inquietantes, “El conjuro 2” pudo haber presentado el extra que le faltó a la primera parte para convertirse en un clásico del género, pero se conformaron con la fórmula probada, error que impidió poner al filme en la categoría de terrorífica.

Desde luego, ocasiona muy buenos sustos, porque la estructura es la misma -más allá del razonamiento simplón de que “está basada en hechos reales”- y la cámara sigue “jugando” a la “persecución”: cuando no estamos “corriendo” tras el espanto con una toma subjetiva estamos detrás de la espalda de alguno de los protagonistas en busca de algo que perturba.

¿Es mala la repetición? Vámonos a lo básico. Al hecho de que vemos una película que nos fascina y la revisitamos una y otra vez. Es placentero ¿no? Pero sabemos que estamos viendo exactamente la misma cinta. En todo caso, lo mejor sería quedarnos con “El conjuro” y verla muchas veces. Pero llega una segunda parte en donde algunos personajes parecen exactamente los mismo que en la primera.

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No seamos necios. Los Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson) vuelven a ser estos caza espantos comprensivos y amorosos que entregan por igual momentos muy aterradores como tiernos. Nos referimos a la fórmula niño (a) en conflicto poseído = situaciones confusas y familiares confundidos.

James Wan sabe manejar muy bien los tiempos, tanto que se ha vuelto un especialista en provocar que saltemos del asiento cuando menos te lo esperas y en ese aspecto “El conjuro 2” deja de ser el filme promedio de terror. Pero, este “timing” para la sorpresa no funciona igual en lo que corresponde a la unión de estas historias paralelas que habrán de unirse.

Mientras los Warren y los Hodgson viven por separado sus historias personales de aparecidos todo funciona como reloj suizo, pero para cuando se unen y buscan los motivos por los cuales un espíritu chocarrero atormenta a los que viven en suburbio londinense, lo que nos ocasionaba miedo comienza a desvanecerse.

Por cierto, esa chica Madison Wolfe es una joya que muy probablemente dará mucho de qué hablar cuando vaya encontrando roles más complejos.

foto_0000000120160107163137Wan ofrece hasta momentos cómicos, pero esta repetición de elementos no se siente como la definición de un estilo, sino un reciclaje que apuesta a no fallar. Y ahí está el problema.

“El conjuro 2” es pues una paradoja. Es un producto que se ve poco en Hollywood y que es más cercano al cine de autor porque el director mantiene este formato de película independiente alejada de los trucos baratos del terror de los grandes estudios, pero es tediosa al momento de buscar la novedad, pues la esperamos y la esperamos y la esperamos y nunca llega.

Fotografía y banda sonora vuelven a jugar un papel primordial para que el filme sea efectivo. Técnicamente el filme da lo mejor de sí. El argumento es lo que no termina por encantar, pero bueno, al menos hay muchos “sustos inteligentes”.

The conjuring 2 (2016)

Dirección: James Wan.
Guión: Carey Hayes, Chad Hayes, James Wan, David Leslie Johnson.
Protagonistas: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Madison Wolfe, Frances O’Connor.
Fotografía: Don Burgess.
Edición: Kirk M. Morri.

Texto publicado en Azteca Noticias.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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